Año de publicación: 2020
Valoración: Está bien, supongo
Cada día, una nueva reseña
Año de publicación: 2020
Valoración: Está bien, supongo
Año de publicación: 1979
Valoración: Recomendable
Quizá, y solo quizá, esta no sea la gran novela de Sara Gallardo. Quizá La rosa en el viento no tenga la absorbente potencia de Enero (aunque algo de Enero haya, por ejemplo, en personajes como Teresa o Eleonora), la alucinada y alucinante atmósfera de Eisejuaz (aunque algo de Eisejuaz haya, por ejemplo, en personajes como Olaf o el emperador Don Antonio) o el nivel de desarrollo de personajes y la profundidad de penetración psicológica de Los galgos, los galgos (aunque el Doctor Borg o Andrei no anden lejos), pero es una (muy) buena novela. ¡Pero es que el listón estaba tan alto!
En cualquier caso, Sara Gallardo no se baja de mi particular podium en la categoría "escritoras argentinas de los últimos 100 años", en el que se sitúan Silvina Ocampo, Mariana Enriquez y Sara Gallardo. Porque La rosa en el viento, insisto, es una (muy) buena novela, exigente y arriesgada en lo formal, fragmentaria y evanescente. Novela, sí, pero que podría hasta ser leída como una colección de relatos conectados por hilos, asociaciones o casualidades.
Seis capítulos (o, mejor dicho, cinco capítulos y un breve epílogo) conforman La rosa en el viento. Voces, personajes y lugares diferentes ocupan el centro de cada uno de ellos. Gallardo salta sin ningún problema de la tercera a la primera persona o al género epistolar, de la novela "romántica" a lo más o menos histórico / alucinatorio o a lo "metaliterario", pero todo encaja, nada chirría.
Así, pasamos del amor de Andrei por Eleonora, del de Lina por Andrei y por Olaf, del de Olaf por Teresa, ... o de Buenos Aires a la Patagonía (y su eterno viento), de la Patagonia a Roma... Siempre promesas de felicidad, siempre mujeres que rompen o tratan de romper con la vida que llevan porque si no... ¿qué haríamos sin los estandartes, sin las Patagonias, sin los naufragios? y siempre la imagen de los pétalospersonajes que se van volando, sin hacer ruido.
No puedo ni debo terminar la reseña sin hablar del estilo de Sara Gallardo en La rosa en el viento. Combina como pocos la frase breve, seca y árida como el paisaje patagónico que protagoniza parte del texto, con lo poético. Su capacidad para generar bellas y poderosas imagen permanece intacta. Lo mejor es que deje un par de ejemplos (de entre los muchos que tengo subrayados):
Olaf cortó la mitad de la ristra de pájaros asados y la metió en su alforja. Después ensilló el caballo con la abstracción tranquila de un planeta que retoma sus revoluciones después de un leve tropiezo sideral.
Emparentadas con mapas escolares subían las venas por las patas del caballo, orinocos y amazonas absorbidos en un ijar, que reaparecían como gruesas ramificaciones por la barriga de respirar pacífico.
¡Aunque solo sea por estas dos imágenes, la lectura ya merece (y mucho) la pena! Pero no debemos quedarnos solo en esto. En La rosa en el viento y en sus ecos e influencias (Antonio di Benedetto, Saer, ¿Carpentier, tal vez?) encontramos pinceladas de sus obras "mayores" y una buena muestra de la que, para mi, es una de las escritoras clave de la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX.
También de Sara Gallardo en ULAD: Los galgos, los galgos, Enero y Eisejuaz
Título original: Lunch at the Gotham Café
Año de publicación: 1995 (dentro de la antología Dark Love)
Traducción: Íñigo Jáuregui
Valoración: está bien (muy bien con las ilustraciones)
En Almuerzo en el café Gotham no sale Batman (recordemos que Gotham es uno de los sobrenombres de la ciudad de Nueva York) pero sí un personaje tan chiflado como el Joker. Que tampoco sale, claro: el Rey no necesita apropiarse de personajes ajenos para sus creaciones, que bastante abundan ya en tipos peculiares, atormentados y conflictivos, por no mencionar a las criaturas terroríficas que pueblan sus narraciones.
Resumen resumido: Steve Davis es un exitoso profesional de la Gran Manzana al que no le va tan bien en su vida privada; de hecho, un día llega a casa y se encuentra con que su esposa Diane le ha abandonado y quiere el divorcio. pronto se pone en contacto con él el abogado de, con quien concierta una cita para almorzar, con el objetivo, por parte de Steve, de ver de nuevo a su mujer y tratar de convencerla para vuelva con él. La cosa, no es difícil de adivinar, descarrila un poquito para acabar convirtiéndose en una auténtica pesadilla para los presentes.
Cuento no demasiado largo, publicado en primer lugar, junto a los de otros autores, en la antología Dark Love y un año más tarde, en 2002, en la recopilación Todo es eventual: 14 relatos oscuros y que se aleja un tanto de lo que solemos esperar de las obras de King: aquí no encontramos presencias preternatural ni personajes con poderes paranormales. Por el contrario, y no quiero hacer spoilers, este relato casi lo podemos incluir más bien dentro del subgénero splatter, dada la profusión de sangre y violencia, o, cuando menos, dentro del subgénero gamberrada por parte del Rey, que sospecho se lo pasó cual gorrino en lodazal escribiéndolo...
En todo caso, si ha merecido una reseña en Un Libro Al Día no es sólo por lo divertido que puede ser o la bien conocida excelencia de la pluma (es un decir) de su autor, sino porque fue publicado hace pocos años de forma independiente por la editorial Nørdica, con unas no menos divertidas y, en cualquier caso, estupendas ilustraciones de Javier Olivares, que convierten a éste en un libro único y muy, muy disfrutable. Para muestra, un botón:
Nota: Al parecer, este relato fue adaptado a un cortometraje en 2005, con cameo del propio King incluido.
Muchas más obras de y sobre Stephen King reseñadas: aquí
Complicado separar obra y autor en el caso de un tipo como Louis-Ferdinand Céline. Furibundo antisemita y colaborador del gobierno de Vichy, es innegable su importancia en la literatura francesa y mundial del siglo XX y su influencia en futuras generaciones de escritores (toda la generación beat, el propio Michel Houellebecq, etc). Vamos, otra muestra más (y no me hagais dar nombres pero los hay de toda raza, género, edad, ideología, etc) de que ser un verdadero hijo de puta no está reñido con ser un puto genio en lo artístico.
Y aunque resulte complicado, más aún después de leer las 100-150 páginas del libro, trataré de que mi valoración de la obra no se vea demasiado afectada por otro tipo de consideraciones ajenas a lo puramente literario. ¡Al lío!
De un castillo a otro, primera parte de la trilogía del Norte, es, como sucede con buena parte de la obra de Céline, una narración autobiográfica. En esta ocasión, el autor rememora, principalmente, los meses pasados en Sigmaringen, lugar al que huyeron en el año 1944 jerifaltes (y no tan jerifaltes) del gobierno colaboracionista de Vichy.
Digo principalmente porque las ya citadas 100-150 primeras páginas se sitúan en el momento en que Céline escribe De un castillo a otro y porque estas son una constante diatriba contra todo y contra todos (editores, intelectuales, escritores, políticos, etc) y una casi permanente queja por su situación política y económica. Así, Céline se autodenomina cabeza de turco de los racistas de enfrente o material para la propaganda, se queja amargamente del precio de las zanahorias (???), protesta porque con lo poco que he escrito, ¡ya habéis visto los odios!...¡el resentimiento que me he granjeado!... (por qué será, LuisFer?) Resultaría hasta cómico, si no conociéramos los antecedentes del personaje.
En resumen, Céline narrador y Céline protagonista casi absoluto de un primer tercio del texto en el que, afortunadamente, Céline se muestra, por momentos, autoparódico, aforístico, irónico o ácido. Si no fuera por esos momentos, dan ganas de dejar el libro, la verdad.
La cosa mejora, y mucho, cuando se centra en los meses de Sigmaringen. Sin dejar de ser una narración desordenada, sin continuidad y solo aparentemente desaliñada, el foco pasa del propio Céline a muchos de los personajes que pululan por Sigmaringen. Su condición de médico le permite codearse con personajes como Petain o Laval, con soldados, prostitutas, etc y ofrece un cuadro terrible del caos reinante en aquellos días.
El texto se convierte en el retrato de la ruina física y moral. No hay heroicidad ninguna, sino seres humanos y sus más bajas pasiones (traiciones, delaciones, odios cruzados, hipocresía) en medio del hambre, la enfermedad y la tensión de los bombardeos aliados y la presencia próxima del ejército de Lecrerc. Pero entre la ruina se cuelan el humor negro o escatológico, esperpénticos y absurdos intentos de normalidad, locas esperanzas o recuerdos de infancia del propio Céline y, de esta forma, De un castillo a otro resulta un testimonio con una fuerza brutal.
No puedo terminar la reseña sin hablar de estilo de Céline y de la traducción. En cuanto al estilo, y como ya sucede en Viaje al fin de la noche (creo que lo he leído un par de veces, pero de la última igual hace 20 años), este se basa en la oralidad y en una aparente impulsividad, así como en la ruptura de los estándares habituales en cuanto a continuidad narrativa, sintaxis, etc. Por ponerlo en imágenes, De un castillo a otro parece un rompecabezas que hubiera sido transcrito por Lili, pareja de Céline, mientras este despotrica y recuerda sentado a un mesa, tomándose unos tintorros y pegando puñetazos de vez en cuando.
Ligado a lo anterior, se hace obligado hablar de la traducción porque... ¿cómo traducir un texto tan oral / coloquial escrito en 1957? ¿han de adaptarse estos textos a coloquialismos más "actuales" para que no suene "a viejo"? No tengo la respuesta, solo un párrafo de la traducción de Carmen Kurtz (1972) y de la de Carlos Manzano (2024). ¡Ojo a las diferencias!
Me gustaría ver a Luis XIV con un “asegurado social”... ¡vería si el Estado es él!... ¡date cuenta de los millares que representa el menor cotizante! ¡ay, Luis, desvalijador de vía estrecha!... date cuenta, Luis Sol, ¡temblaba cuando tenía que cambiar de cirujano! ¡ya no vivía!... ¡la etiqueta!... tu “asegurado” ¡no se anda con chiquitas para enviarte a la mierda! ¡tratarte de podrido chuleta!. (C.K. 1972)
Me gustaría ver a Luis XIV con un “asegurado social”... ¡vería si el Estado es él!... ¡pensad en los miles de millones que representa el menor cotizante! ¡ay, Luis, mindundi!... imaginaos, Luis Sol, ¡el canguelo tan solo por cambiar de cirujano! ¡ya es que no podía vivir!... ¡la etiqueta!... ¡lo que trae sin cuidado a tu “asegurado”! ¡mandarte a tomar viento! ¡tratarte de macarra canalla!. (C.M. 2024)
También de Céline en ULAD: Guerra y Viaje al fin de la noche
Año de publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable
Miguel Delibes tiene unas cuantas reseñas en este blog, con algunas valoraciones muy positivas y otras no tanto, un poco de todo. En el comentario a una de esas entradas dije algo así como que no era uno de mis autores favoritos, y es cierto, quizá porque en la pequeña parte de su obra que conozco pesaba, en mi opinión en exceso, el elemento rural. Que es cierto que Delibes describe como pocos el paisaje castellano, y tiene una capacidad inigualable para entender a personajes muy pegados a la tierra, gentes sencillas del campo cuyo lenguaje, y diríamos cuya alma, traslada a las páginas de sus libros, siempre desde la ternura y una pizca de humor. Pero, aun admitiendo sus virtudes, personalmente el apego a ese mundo me resultaba más bien poco atractivo.
Pues he aquí que Las guerras de nuestros antepasados nos sitúa de nuevo, en plan inmersión total, en ese entorno, con sus peleas entre aldeas vecinas, y los trabajos en frutales y colmenas. Pero no solo estamos en el mundo rural sino también en una atmósfera fuertemente arcaica en la que el protagonismo lo tienen los varones que personifican las tres generaciones de una misma familia. El bisabuelo, el abuelo y el padre, todos cortados por el mismo patrón, cuya referencia fundamental son las guerras que tocó vivir a cada uno: la Carlista, la de África y la Guerra civil. Se supone que todo hombre, antes o después, tiene (o debe tener) su guerra, en la que debe mostrar su valor a base clavar la bayoneta o, en su defecto, derribando enemigos a tiros. El problema es que la saga continúa por el lado masculino en un joven muy metafóricamente llamado Pacífico. Este chico no solo ha absorbido las enseñanzas de su tío Paco (observar la naturaleza, detectar el diferente lenguaje de los ríos, desentenderse de las pugnas aldeanas), sino que desde pequeño muestra una sensibilidad fuera de lo común: siente dolor en los dedos cuando se poda un árbol, o en la garganta cuando se pesca una trucha.
Delibes ya nos ha presentado el cuadro básico del relato, el contraste entre la barbarie primitiva y algo que, más que con la modernidad, tiene que ver con la humanidad, una forma diferente de ver el mundo y moverse por él. Otros personajes intervendrán en esa dicotomía, aunque no todo va a ser tan lineal como podría pensarse, y con la misma habilidad con que se ha presentado el conflicto Delibes conduce la narración por caminos no exentos de contradicciones, porque en el mismo personaje en que brota esa sensibilidad exacerbada surge de improviso una frialdad insospechada en momentos clave. Quizá porque en el fondo la sangre familiar termina imponiendo su sello.
El formato utilizado es también un elemento fundamental: al exponerse la historia a través de una especie de entrevista a la que un psiquiatra penitenciario somete a Pacífico, el autor consigue varios objetivos. El primero, liberar al personaje principal para que pueda expresarse sin cortapisas en su lenguaje coloquial, de pueblo, con todos los registros que Delibes domina a la perfección, un efecto que difícilmente se conseguiría con un narrador omniscente, y que resultaría poco creíble en una confesión o en unas memorias, donde seguro perdería la frescura y la espontaneidad. Pero además permite otros logros interesantes, como jugar con el contraste con el lenguaje más culto y urbano del médico entrevistador, o abrir hueco a pequeños cortocircuitos en la comunicación y brotes de humor que dan a la relato vivacidad y subrayan la distancia entre los dos mundos que representan los interlocutores.
Episodios sorprendentes como el manzano que da frutos en invierno, el suicidio de un jabalí, la lluvia de ostias (sagradas) alrededor de la abuela mística, o el fusilamiento ritual de un perro bordean en ocasiones el realismo mágico, como la disparatada fuga de un penal parece parodiar, sin perder dramatismo, cierta literatura carcelaria. Muchos elementos, reunidos y mezclados con suma destreza, que dan lugar a un libro realmente sobresaliente que, al menos a mí, me ha llevado a valorar a Delibes unos cuantos escalones por encima de mis posiciones iniciales.
Otras obras de Miguel Delibes reseñadas en ULAD: aquí